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  • Los sirios de Damasco fueron a socorrer a Hadadézer, rey de Sobá, y David mató a veintidós mil sirios. (II Samuel 8, 5)

  • David puso guarniciones en Siria de Damasco, y los sirios le quedaron sometidos y le pagaron tributo. El Señor daba la victoria a David por dondequiera que iba. (II Samuel 8, 6)

  • Los amonitas se dieron cuenta de que se habían hecho odiosos a David, y enviaron mensajeros para contratar como mercenarios a los sirios de Bet Rejob y de Sobá, veinte mil soldados de infantería, del rey de Maacá, mil hombres, y de Tob, doce mil. (II Samuel 10, 6)

  • Los amonitas salieron y se pusieron en orden de batalla a la entrada de la ciudad, mientras que los sirios de Sobá y de Rejob y los hombres de Tob y de Maacá estaban en el campo. (II Samuel 10, 8)

  • Joab, viendo que tenía dos frentes, uno delante y otro detrás, seleccionó a la flor y nata del ejército de Israel y lo puso en orden de batalla frente a los sirios; (II Samuel 10, 9)

  • Y dijo: "Si los sirios me ganan a mí, tú vendrás en mi ayuda; y si los amonitas te ganan a ti, yo iré en tu ayuda. (II Samuel 10, 11)

  • Joab con su ejército se lanzó al ataque contra los sirios y éstos huyeron ante él. (II Samuel 10, 13)

  • Los amonitas, al ver huir a los sirios, se dieron también a la fuga ante Abisay y entraron en la ciudad. Entonces Joab volvió de la guerra contra los amonitas y entró en Jerusalén. (II Samuel 10, 14)

  • Los sirios, viendo que habían sido derrotados por Israel, concentraron sus fuerzas. (II Samuel 10, 15)

  • Hadadézer mandó buscar a los sirios del otro lado del Éufrates, y éstos vinieron a Jelán, mandados por Sobac, jefe del ejército de Hadadézer. (II Samuel 10, 16)

  • David, al saberlo, reunió a todo Israel, pasó el Jordán y llegó a Jelán. Los sirios, puestos en orden de batalla, salieron al encuentro de David y lucharon con él. (II Samuel 10, 17)

  • Pero los sirios huyeron ante Israel, y David les mató setecientos caballos de tiro y cuarenta mil hombres; hirió también a Sobac, jefe del ejército, que murió allí mismo. (II Samuel 10, 18)


“A divina bondade não só não rejeita as almas arrependidas, como também vai em busca das almas teimosas”. São Padre Pio de Pietrelcina