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Si le parece bien, se dará por escrito la orden de eliminarlos. Y yo depositaré diez mil talentos de plata en las manos de los administradores, para que ingresen en el tesoro real". (Ester 3, 9)
Mardoqueo lo puso al tanto de lo que sucedía y de la suma de dinero que Amán había prometido entregar al tesoro real por el exterminio de los judíos. (Ester 4, 7)
a los que ansían en vano la muerte y la buscan más que a un tesoro, (Job 3, 21)
Abrió su tesoro y pagó a las tropas el sueldo de un año, ordenándoles que estuvieran preparadas para cualquier eventualidad. (I Macabeos 3, 28)
Entonces advirtió que se le había acabado el dinero del tesoro y que los tributos de la región eran escasos, debido a las disensiones y calamidades que él había provocado en el país, al suprimir las costumbres vigentes desde tiempo inmemorial. (I Macabeos 3, 29)
Todos aquellos que por una deuda al Tesoro real o por cualquier otra causa se refugien en el Templo de Jerusalén o en alguna de sus dependencias, quedarán absueltos, ellos con las posesiones que tengan en mi reino. (I Macabeos 10, 43)
"Tenemos en nuestro poder a tu hermano Jonatán por las deudas contraídas con el tesoro real en el desempeño de su cargo. (I Macabeos 13, 15)
y que se guardaran copias en el Tesoro del Templo a disposición de Simón y de sus hijos. (I Macabeos 14, 49)
A partir de este momento, se te condona todo lo que adeudas al tesoro real y todo lo que adeudarás en el futuro. (I Macabeos 15, 8)
y le comunicó que el tesoro de Jerusalén estaba repleto de incontables riquezas, tanto que la cantidad de dinero era incalculable y muy superior al presupuesto de los sacrificios, y nada impedía que fuera puesto a disposición del rey. (II Macabeos 3, 6)
Pero Heliodoro, siguiendo las ordenes del rey, sostenía inflexiblemente que aquellas riquezas debían ser confiscadas en beneficio del tesoro real. (II Macabeos 3, 13)
Pero cuando ya se encontraba con su escolta junto al Tesoro, el Soberano de los espíritus y de toda Potestad se manifestó tan esplendorosamente que todos los que se habían atrevido a venir con él, heridos por el poder de Dios, quedaron sin fuerzas y acobardados. (II Macabeos 3, 24)