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Y como todos los días le decían lo mismo, sin que él les hiciera caso, lo denunciaron a Amán, para ver si Mardoqueo hacía valer sus razones, porque les había dicho que él era judío. (Ester 3, 4)
Al ver que Mardoqueo no doblaba la rodilla ni se postraba ante él, Amán se enfureció. (Ester 3, 5)
Pero le pareció demasiado poco castigarlo a él solo: como le habían dicho a qué pueblo pertenecía Mardoqueo, Amán trató de exterminar al pueblo de Mardoqueo, a todos los judíos que había en el imperio de Asuero. (Ester 3, 6)
Cuando Mardoqueo se enteró de lo que había pasado, rasgó sus vestiduras, se puso un sayal, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad dando gritos de amargura, (Ester 4, 1)
Las doncellas y los eunucos de Ester fueron a comunicárselo, y la reina se estremeció de angustia. Luego envió ropa a Mardoqueo para que se quitara el sayal y se vistiera, pero él no quiso saber nada. (Ester 4, 4)
Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos que el rey había puesto a su servicio, y lo mandó a ver a Mardoqueo a fin de averiguar qué pasaba y por qué hacía eso. (Ester 4, 5)
Hatac salió a ver a Mardoqueo, que estaba en la plaza de la ciudad, frente a la puerta real. (Ester 4, 6)
Mardoqueo lo puso al tanto de lo que sucedía y de la suma de dinero que Amán había prometido entregar al tesoro real por el exterminio de los judíos. (Ester 4, 7)
Hatac fue a informar a Ester de lo que le había dicho Mardoqueo. (Ester 4, 9)
Entonces ella le ordenó que fuera a decir a Mardoqueo: (Ester 4, 10)
Cuando informaron a Mardoqueo de lo que había dicho Ester, (Ester 4, 12)
Ester mandó responder a Mardoqueo: (Ester 4, 15)