Löydetty 984 Tulokset: lamento de David
Himno de David. Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey, y bendeciré tu Nombre eternamente; (Salmos 145, 1)
Después, levantaron en torno a la Ciudad de David una muralla alta y resistente, protegida por torres poderosas, y la convirtieron en su Ciudadela. (I Macabeos 1, 33)
Los funcionarios del rey y la guarnición que residía en Jerusalén, en la Ciudad de David, recibieron la denuncia de que algunos hombres, conculcando la orden del rey, habían ido a ocultarse en los escondites del desierto. (I Macabeos 2, 31)
David, por su piedad, heredó un trono real para siempre. (I Macabeos 2, 57)
y al ver aquel poderoso ejército, hizo esta oración: "Bendito seas, Salvador de Israel, que aplastaste la soberbia del gigante por la mano de tu servidor David y entregaste el ejército de los filisteos en manos de Jonatán, hijo de Saúl, y de su escudero. (I Macabeos 4, 30)
Allí cayeron unos quinientos hombres del ejército de Nicanor, y los demás huyeron a la Ciudad de David. (I Macabeos 7, 32)
En su tiempo y bajo su conducción, se logró expulsar a los extranjeros del país, en especial, a los que se encontraban en la Ciudad de David, en Jerusalén. Allí habían construido una Ciudadela, de la que salían para profanar los alrededores del Santuario causando graves ultrajes a su santidad. (I Macabeos 14, 36)
Los mismos hechos se narraban en los archivos y en las Memorias de Nehemías, donde se relataba, además, cómo este fundó una biblioteca, en la que reunió los libros que tratan de los reyes, los libros de los profetas y los de David, así como también las cartas de los reyes sobre las ofrendas. (II Macabeos 2, 13)
Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel, (Proverbios 1, 1)
Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén. (Eclesiastés 1, 1)
Tu cuello es como la torre de David, construida con piedras talladas: de ella cuelgan mil escudos, toda clase de armaduras de guerreros. (Cantar 4, 4)
Hijo mío, por un muerto, derrama lágrimas, y entona un lamento, como quien sufre terriblemente. Entierra su cadáver en la forma establecida y no descuides su sepultura. (Eclesiástico 38, 16)