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Por la fe celebró la Pascua y rociaron con sangre las puertas para que el exterminador no diera muerte a sus hijos primogénitos. (Carta a los Hebreos 11, 28)
Ustedes se enfrentan con el mal, pero todavía no han tenido que resistir hasta la sangre. (Carta a los Hebreos 12, 4)
a Jesús, el mediador de la nueva alianza, llevando la sangre que purifica y que clama a Dios con más fuerza que la sangre de Abel. (Carta a los Hebreos 12, 24)
Y fíjense: después de que el sumo sacerdote ha llevado al Santuario la sangre que ofrece por el pecado, los cuerpos de las víctimas son quemados fuera del recinto sagrado. (Carta a los Hebreos 13, 11)
Por eso mismo también Jesús salió de la ciudad santa para sufrir su pasión y purificar al pueblo con su propia sangre. (Carta a los Hebreos 13, 12)
Que los bendiga el Dios de la paz que rescató de entre los muertos a Jesús, nuestro Señor, Pastor Supremo de las ovejas por haber derramado la sangre de la Alianza eterna; (Carta a los Hebreos 13, 20)
a los elegidos, a quienes Dios Padre conoció de antemano y santificó por el Espíritu para acoger la fe y ser purificados por la sangre de Cristo Jesús: ¡Que la gracia y la paz abunden entre ustedes! (1º Carta de Pedro 1, 2)
sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha ni defecto. (1º Carta de Pedro 1, 19)
En cambio, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado. (1º Carta de Juan 1, 7)
El es el que viene por el agua y la sangre: Jesucristo; y no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre; y el espíritu también da su testimonio, el Espíritu que es la verdad. (1º Carta de Juan 5, 6)
el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres coinciden en lo mismo. (1º Carta de Juan 5, 8)
y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1, 6)