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Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo. (Hechos 16, 14)
Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación.» (Hechos 16, 17)
Venía haciendo esto durante muchos días. Cansado Pablo, se volvió y dijo al espíritu: «En nombre de Jesucristo te mando que salgas de ella.» Y en el mismo instante salió. (Hechos 16, 18)
Al ver sus amos que se les había ido su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante los magistrados; (Hechos 16, 19)
Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban. (Hechos 16, 25)
Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.» (Hechos 16, 28)
El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, (Hechos 16, 29)
El carcelero transmitió estas palabras a Pablo: «Los pretores han enviado a decir que os suelte. Ahora, pues, salid y marchad.» (Hechos 16, 36)
Pero Pablo les contestó: «Después de habernos azotado públicamente sin habernos juzgado, a pesar de ser nosotros ciudadanos romanos, nos echaron a la cárcel; ¿y ahora quieren mandarnos de aquí a escondidas? Eso no; que vengan ellos a sacarnos.» (Hechos 16, 37)
Pablo, según su costumbre, se dirigió a ellos y durante tres sábados discutió con ellos basándose en las Escrituras, (Hechos 17, 2)
Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y Silas así como una gran multitud de los que adoraban a Dios y de griegos y no pocas de las mujeres principales. (Hechos 17, 4)
Inmediatamente, por la noche, los hermanos enviaron hacia Berea a Pablo y Silas. Ellos, al llegar allí, se fueron a la sinagoga de los judíos. (Hechos 17, 10)