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Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra. (Evangelio según San Juan 11, 38)
Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» (Evangelio según San Juan 11, 39)
Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. (Evangelio según San Juan 11, 41)
El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. (Evangelio según San Juan 20, 1)
El es la piedra que ustedes los constructores despreciaron, y que se ha convertido en piedra angular. (Hecho de los Apóstoles 4, 11)
Si de verdad somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a las creaciones del arte y de la fantasía humanas, ya sean de oro, plata o piedra. (Hecho de los Apóstoles 17, 29)
Porque se ataba a las observancias y no a la fe. Y tropezaron con Aquel que es la piedra de tropiezo, (Carta a los Romanos 9, 32)
como está escrito: Mira que pongo en Sión una piedra para tropezar, una roca que hace caer, pero el que crea en él no será confundido. (Carta a los Romanos 9, 33)
Y David dice: Que sus banquetes sean trampa y un lazo, una piedra donde caigan ellos mismos y encuentren ahí su castigo. (Carta a los Romanos 11, 9)
¿No quiere cubrirse el pelo? Que se lo corte al rape. ¿Que le da vergüenza andar con el pelo cortado al rape? Pues que se ponga el velo. (1º Carta a los Corintios 11, 6)
Nadie puede negar que ustedes son una carta de Cristo, de la que hemos sido instrumentos, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; carta no grabada en tablas de piedra, sino en corazones humanos. (2º Carta a los Corintios 3, 3)
Cuando se dieron leyes grabadas en tablas de piedra, ese ministerio fue rodeado de gloria, a pesar de que no traía más que sentencias de nuerte; eso no obstante, los israelitas no podían fijar su mirada en el rostro de Moisés a causa de su resplandor, aunque era fugaz. (2º Carta a los Corintios 3, 7)